viernes, 12 de octubre de 2007

¡Ay, Amazonas, como enamoras!

San Fernando de Atabapo, Edo. Amazonas, 9 de octubre de 2007.

Los tambores hacen retumbar San Fernando, están preparando la marcha para la celebración del 12 de octubre, el día de la Resistencia Indígena. Antes de que Chávez subiese al poder, se celebraba el día de la Raza, el día del encuentro de dos mundos o el día del descubrimiento de América.

San Fernando es la capital del municipio indígena de Atabapo, aquí se respira mucha tranquilidad. Un paseo a las afueras nos hace descubrir nuevas frutas, de unas texturas y sabores casi inimaginables, la guama y el temare. Aquí viven más de 5.000 personas, es como una pequeña ciudad en medio de la selva del Amazonas. Casitas bajas y de muchos colores, en apariencia las calles están limpios, sin basura en cada esquina. La gente es muy amable y agradable. Resaltan algunas edificaciones extrañas como el cuartel militar a la entrada del pueblo por el puerto del río Orinoco, un gran supermercado en construcción, un gran hospital también por acabar de hacer, el futuro centro de rehabilitación para mujeres maltratadas... nos explican que también quieren construir una prisión y no nos creemos que sea por los habitantes de San Fernando.
A San Fernando llegamos por el río Orinoco, con una voladora –lancha-. Casi no tienes otra opción. Los aviones que llegan son los de los militares, sólo hay una agencia de viajes y son muy pocos y caros los aviones que vuelan, ha habido muchos accidentes. Por tierra está la selva profunda.

Hemos llegado hasta aquí porque vive y trabaja Dimilson, un colaborador de la Oficina Técnica del Vicariato Apostólico de Puerto Ayacucho. Ahora está trabajando para el gobierno, con la Misión Árbol. Le acompañamos en su trabajo. Llegamos hasta la comunidad Pintao, por el río Atabapo, un afluente del Orinoco. Esto es como un paraíso, una playa de arena blanca, grandes piedras negras, que parecen muy antiguas, y una gran plaza circular que mira hacia el río. Alrededor se disponen las casas de forma regular. Casas hechas con palos cruzados, barro y el techo de hojas de palma. Los colores cálidos de la arena y las casas combinan a la perfección con los colores fríos de los árboles y sus frutos, que también bordean esta gran plaza. Justo en el centro, mirando en línea recta hacia el río, está la iglesia, en un lado está la campana y al otro la escuela.

Cruzamos la plaza, dirección a la selva. Dimilson quiere confirmar el trabajo hecho por los indígenas, uno de ellos nos acompaña y nos explica la labor de los últimos días. Dimilson le aconseja en alguna cosilla mientras nos va explicando lo que ha pasado con estas tierras. La selva primaria queda muy lejos de donde estamos. Esto es una gran explanada, han quemado las tierras y éstas se han empobrecido tanto que sólo crece pura grama. Es la deforestación. Dicen que hemos retrocedido a los inicios de la vida en la tierra. La cuestión está en si será recuperable. La Misión Árbol tiene precisamente este objetivo, recuperar las tierras perdidas. Las comunidades trabajan duro, tienen esperanzas.

La transformación es posible. Las iniciativas Agroforestales en las comunidades indígenas del Amazonas comienzan a dar sus frutos – nunca mejor dicho-. Hace más de cuatro años que se comenzó a trabajar con lxs indígenas sobre este tema. Las barreras de entrada son fuertes: dinámicas productivas capitalistas, desconfianza enlxs promotores, requerimientos de esfuerzo e implicación. Sin embargo son ya 8 las comunidades en el municipio de Atabapo (Edo. Amazonas) que han iniciado su andadura en la agroforestía.

El trabajo comienza con la concienciación de lxs protagonistas del cambio, lxs propixs indígenas. A través de charlas y reuniones se convencen de que son capaces de llevar a cabo los proyectos.

Después se da un intercambio de conocimientos entre lxs técnicxs (conocimientos teóricos) y las comunidades (herencia cultural). Aquí entran en juego lxs ancianxs y sabixs indígenas, que recuerdan a los más jóvenes conceptos prácticos como: el momento idóneo para plantar, la forma de podar tal o cual planta o el porqué de una u otra enfermedad. Es un trabajo valioso pues cuesta poner en común esta sabiduría. En esta tierra, por desgracia, hay muchos antecedentes de expolio. Por ejemplo, no pocas ocasiones en las que una vez conocidos estos secretos milenarios, se han utilizado en provecho ajeno. Por eso el coordinador, Dimilson, es un indígena, con el que comparten la cultura, la lengua y la tierra. Y con él se da la confianza suficiente para poner sobre la mesa dichos conocimientos. Aún así en el arte de la medicina natural son más reacixs a contar, y los huertos medicinales que propone Dimilson son todavía una ilusión.

Siguiendo para adelante se selecciona la parcela de terreno sobre la que trabajar. En principio no muy grande, 1 o 2 hectáreas. Se escoge un terreno que ya ha sido explotado por el monocultivo para tratar de recuperarlo.

Luego se trata de seleccionar las especies más adecuadas para cada terreno. El análisis del suelo en laboratorio no es posible, por lo que se opta por un ensayo real y directo. Se toma una pequeña porción de tierra y se siembran multitud de semillas, a ver cuáles funcionan mejor. Uno de los puntos fuertes de esta propuesta es que el banco de semillas es autóctono. Son recolectadas por la propia comunidad en su región, manteniendo una genética que seguro, está adaptada. Antaño los programas de desarrollo del Gobierno les traían las semillas, obligándoles a plantar una variedad determinada que no se adaptaba bien. Además el programa incluía abonos y pesticidas químicos que quemaban el suelo. Era un desastre, las ayudas que prometían los políticos se acababan después de las elecciones, y las tierras acababan por abandonarse. Les hacíamos esta reflexión: “cuiden bien a los árboles, que duran más que los políticos”.

Finalmente, una vez se tiene el convencimiento y el conocimiento, se ha seleccionado la tierra y la semilla, se pasa a la práctica sembrando las parcelas. Las semillas se germinan a parte en un vivero creado por la comunidad en condiciones óptimas de temperatura y humedad. En el vivero siempre hay plantones de más para substituir los que se van muriendo. La parcela se proyecta con un objetivo principal (especie base) y varios secundarios (especies complementarias). El objetivo principal es un cultivo que les permita subsistir, es decir, pueda abastecerse la comunidad y tengan para comerciar el producto y sus derivados. Por ejemplo las parcelas visitadas en Pintao, son de merei, del que se extrae un fruto riquísimo listo para la venta, pero del que también se puede hacer mermelada, de la sabia se procesa una especie de barniz protector de madera, de la corteza del fruto un aceite medicinal, etc. Estos productos derivados pueden ser tratados por el resto de la comunidad, implicándoles así en el proyecto. Intercaladas en las hileras de merei, se cultivan diferentes especies de palma, piña, yuca, banano,… que cumplen con los objetivos secundarios: variedad en la alimentación y cobertura de productos todo el año, madera, residuos de poda para el abono, plantas medicinales, y otros.

El Estado, a través de la Misión Árbol, promociona esta actividad, gestionando las tareas de coordinación técnica y subvencionando a lxs agricultorxs con un jornal diario. Los beneficios generados por la comercialización de los productos son totalmente para la comunidad.

Como se puede observar el comercio posterior y la generación de ingresos monetarios sigue estando presente en la agroforestía, sin embargo estas prácticas bien podrían encaminarse hacia la autonomía de las comunidades y hacia una vida sin dinero. (Una compañera anarquista nos comentaba que estuvo una época viviendo en comunidades aisladas porque era lo más parecido a vivir al margen del Estado)

Al acabar el trabajo nos invitan a tomar yukuta una tipo de bebida hecha con agua y yuca troceada –el mañoco-. Es muy típico, en todas las comunidades tienen, a todas horas, hace pasar la sed y el hambre. Lo sirven con un barreño y una taza o un totuma, y todxs van tomando. En un principio tiene un gusto algo fuerte pero a cada trago está algo más bueno. A pesar de que habíamos hecho un buen desayuno: coco, aguacate, cambure –plátano pequeño- (todo recién recogido del árbol) y un trozo de pan con una taza de café, volvía a abrirse el apetito. La yucuta nos ha hecho aguantar hasta la hora de comer. Aunque seguimos una dieta vegetariana y es mala época para la fruta, nos estamos alimentando muy bien.

Volvemos hacia San Fernando. Casi una hora navegando con bongo por el río Atabapo, le llaman el río negro -si sacas un vaso parece una coca-cola aguada-, el cual llegando a San Fernando confluye con el río Guabiari y con el Orinoco, el río blanco, que es más arenoso. El río Atabapo da vida a San Fernando, es donde nos bañamos, lavamos, pescamos, reímos. El río también nos da el agua que bebemos. Ahora todavía estamos en temporada de lluvias y el río va crecido, nos dicen que hemos venido en mala época, que debemos volver un verano, a partir de enero, cuando el río se seca y sólo quedan los canales, que es precioso, que se forma una gran playa, inmensa, de arena blanca –“puro azúcar” - nos explica Celia, la hermana de Dimilson que nos ha cuidado muy bien estos días. ¡Ay, Amazonas, como enamoras!

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