viernes, 12 de octubre de 2007

Dos formas de vida

Casuarito (Colombia), 7 de octubre de 2007.


Vemos Venezuela desde la otra orilla del río Orinoco, desde el Estado de Colombia. Un domingo las calles están tranquilas, el calor hace que la gente se resguarde en sus casas. Algunxs nos atrevemos a pasear por las cercanías del pueblo, grandes piedras negras, grandes lagartijas pintadas de colores y algo de vegetación conforman el paisaje de Casuarito. Volvemos a orillas del río donde la brisa nos mima, nos salva de este abrumador calor que se divisa Colombia para adentro.

Casuarito es el pueblecito colombiano que mira al muelle de Puerto Ayacucho. Hace un tiempo lxs venezolanxs venían a comprar porque la moneda colombiana (el peso) estaba más devaluada. Hoy es la moneda venezolana (el bolívar) el que vale menos y las pequeñas tiendas y los grandes almacenes de Casuarito permanecen desérticos pero todavía abiertos, quizás a la esperanza.

Una larga y verde cortina de selva tapa la ciudad venezolana. Puerto Ayacucho es calurosa, gris y demasiado sucia. Aquí, la gente se alimenta básicamente de fritos –empanadas, papas y arepas fritas-. Suerte de los zumos de fruta fresquitos -de los jugos naturales-, porque si encontramos una ensalada será con mayonesa. Una ciudad con fuerte presencia de colombianos y árabes, que regentan la mayoría de los negocios, comercios y restaurantes, y reforzada por filas de militares. Chávez está socializando el país pero también lo está militarizando.

En esta ciudad, en las puertas de los bancos se forman colas de kilómetro y medio, controladas por policías, dónde la gente se pasa todo el día. Esta gente vive a expensas de las ayudas del gobierno. También se forman colas a la puerta del Mercal donde el gobierno vende a un precio muy bajo los productos alimenticios básicos. Esto forma parte de un plan excepcional de desarrollo “económico y social” para el abastecimiento de alimentos de la cesta básica, que pretende hacer efectivo el art. 75 de la Constitución, sobre los derechos sociales y de las familias. “Cuando el pueblo necesita, su Gobierno Revolucionario “responde!”.

Alrededor de Puerto Ayacucho están asentadas las comunidades indígenas del Amazonas, muchas de ellas absorvidas por las dinámicas capitalistas y las políticas públicas del gobierno. Las hay que ya se han vendido, al 100%, al capital, al negocio del turismo. Fuimos hasta el Tobogán de la Selva, un parque acuático construido en un río, como una especie de balneario natural. Las típicas Churuatas – techos circulares hechos a base de hojas de palma-, donde nos cobran por colgar los chinchorros –las amacas hechas con hilo de nylon, más fresquitas-, le acaban de dar el toque amazónico. Con esto la comunidad Coromoto se gana la vida, en detrimento de este enorme y espectacular espacio natural. Si uno de los indígenas todavía viste de la forma tradicional es porque cobrará por hacerse una foto con los turistas.


Otra de las actividades que el hombre blanco ha impuesto, directa o indirectamente, a lxs indígenas, es la agricultura. Básicamente estas comunidades se han alimentado durante cientos de años de la caza, la pesca, y la recolección. El contacto con la cultura criolla les ha levado a adoptar regímenes agrarios totalmente extraños a su hábitat.

Empezando por la introducción de cultivos exógenos como los cereales, que precisan superficies de terreno regulares y maquinaria para su laboreo. Esto en el Amazonas es inviable: primero porque las condiciones de insolación directa en este clima tropical ahogan el cereal; en segundo lugar, debido a la falta de recursos económicos de las comunidades para la adecuación a la maquinaria; y tercero por los problemas asociados de plagas y enfermedades al tratarse de plantas no adaptadas.


También está fallando el monocultivo de especies locales como son el maíz, la piña o la yuca. Los problemas son grave4s y estructurales. El sistema de producción capitalista exige productividad y excedentes, algo que choca de lleno con el pensamiento indígena – tomar de la naturaleza sólo lo necesario- La práctica ancestral de la quema de vegetación ha cambiado de sentido. Antes, las parcelas quemadas eran utilizadas durante 3 o 4 años, como asentamiento y algo de cultivo. Después, en una práctica seminómada, se trasladaban a otro asentamiento lejano, y esa parcela era abandonada durante décadas, tiempo suficiente para que la selva se recuperase. Sin embargo, cada vez estas parcelas son más grandes –necesidad de excedentes-; quedan más esquilmadas por el monocultivo y los productos químicos que agotan los nutrientes –necesidad de productividad-; y son utilizadas más próximamente, en tiempo y espacio – van haciéndose más sedentarios-. Por eso, estas prácticas están destruyendo la selva.


Es paradójico como, pasados los años, evidenciados los errores, el hombre blanco pretende reeducar al indígena en las prácticas de cultivo. Conceptos como agricultura ecológica o cultivos agroforestales suenan ahora en los programas de desarrollo. ¿¡Desarrollo sostenible!? Menuda gracia, ¡ahora pretendemos enseñar a las comunidades indígenas qué es el desarrollo sostenible, cuando llevan miles de años viviendo en armonía con la selva y se ha mantenido intacta hasta nuestra llegada! Algún anciano jivi, piaroa, o de cualquier otra etnia amazónica, observará estos cambios en nuestras “enseñanzas” y nos llamará locos. Tiene razón.


Después de décadas metiéndoles en la cabeza conceptos como economía, mercado, oferta y demanda…; después de años sugiriéndoles productos industriales como ropa, zapatos, televisores, coches…; después de forzarlos a un ritmo estresante, ahora… ¿Ahora venimos nosotrxs a decirles que vuelvan a sus raíces, al respeto a la naturaleza y al consumo responsable? Así de egocéntricxs somos lxs del Mundo Actual.


Muchxs de ellxs ahora no quieren dar este paso atrás (no todo avance es positivo). Ahora algunas familias dependen de los ingresos que obtienen en los mercados para comprar comida en el super, ya que no pueden nutrirse de un único producto – que es lo que siembran-. Dependen además del dinero para pagar la gasolina que transporte su producto fresco hasta la ciudad. Antes la diversidad de productos de una comunidad era suficiente para alimentarse junto con los frutos recogidos en el bosque. Ahora para recoger estos frutos, algunxs han de caminar horas ya que los terrenos de su alrededor son pasto del monocultivo exterminador. Ahora algunxs de estos indígenas han sucumbido a las comodidades del capitalismo y ya no salen a cazar o recoger guanabanas, algunxs se han ido a las ciudades y viven pidiendo limosna y reciclando en los basureros. “También tenemos derecho a vivir” –decía uno de los indígenas que vive al lado del basurero- ¡qué triste! Este sistema es culpable de que haya cambiado tanto su concepto de lo que es vivir.


A pesar de todo siguen existiendo comunidades que viven de forma tradicional, algo se nota la influencia cultural, pero siguen manteniendo su cosmovisión: el ser humano como parte de la naturaleza, no como dueño; el respeto mutuo, el consumo responsable, el sentimiento de comunidad.


En cualquier caso es necesaria la tarea de fomentar esta vuelta a las raíces, pero sigue siendo paradójico que sea ONGs externas quienes lo hagan. La Oficna Técnica del Vicariato Apostólico de Puerto Ayacucho promueve los cultivos agroforestales, que vendrían a ser una práctica entre la Agroecología y la Permacultura. Intenta concienciar al agricultor (aquel que ya cayó en los principios de la agricultura intensiva) de las ventajas de la siembra de especies complementarias, del abandono de las prácticas de quema, de la combinación de ciclos, del aprovechamiento de los residuos de poda como substrato…Básicamente se trata de hacer una parcela que imite a la naturaleza, nuca será como ésta, pero siempre mejor que los latifundios cerealistas de la agricultura “avanzada”. Imitemos más a la naturaleza porque es millones de años más sabia que nosotrxs.

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