Un día en Caracas con Álvaro, quien -mientras nos acompaña a revelar las fotografías del viaje, que próximamente podréis visionar desde este blog - nos explica sus experiencias, a menudo arriesgadas, con la cámara de fotografía. Mirad su último trabajo con niños y niñas de Mérida, del barrio Pueblo Nuevo: http://www.ancla2fotografía.blogspot.com
El día 13 de octubre, en Caracas, al Parque del Este, como popularmente se conoce -o el Parque Generalísimo Francisco de Miranda- todavía hacían actos en motivo del día de la resistencia indígena. “Diálogo de saberes originarios, la Cultura va al parque”. Un encuentro de las diversas etnias y comunidades indígenas que coexisten en Venezuela, una muestra de las danzas típicas, de la artesanía y gastronomía de cada una. Los líderes agradecían al Presidente Chávez el reconocimiento y la invitación a la capital del país.
Se han conmemorado 512 años de resistencia indígena, algunas publicaciones hacen un repaso histórico y crítico. Otras, diarios de gran tirada, ni siquiera hacen referencia.
La gente de la Cruz Negra Anarquista de Caracas, que ha visto la película de Salvador “”, quieren que les expliquemos cosas sobre Salvador Puig Antich, el MIL y los grupos autónomos. La película no está hecha para explicar la historia. Nos hemos encontrado un grupito en el Parque del Este y hemos conversado un buen rato. Rodolfo, que ya se había leído el libro de Telesforo Tajuelo, marca diferencias entre las luchas anticapitalistas de aquí y de allá. El acto se debía hacer en la ONG pero, después de la última actividad, el 21 de septiembre, dos compañeros fueron apuñalados por la espalda, a la salida de la casa, gratuitamente, sin robarlos, y por esto, al ser recientes estos hechos, se consideró más conveniente encontrarnos en otro lugar.
Mientras tanto Chávez está en Cuba, con Fidel Castro. El Aló Presidente del domingo se retransmite desde Santa Clara, donde se rinde homenaje al Guerrillero Che Guevara, en el 40º aniversario de su muerte. ¿Más de ocho horas de programa? ¿el récord?
Es toda una aventura llegar a la playa caribeña de Chuao. Primero un autobús hasta Maracay; luego otra buseta hasta Choroní, atravesando el parque nacional Henri Pitier, que es como el rally Maracay-Choroní, a juzgar por la empinadísima carretera y las curvas de 180º. Hay que atravesar una cordillera de laderas frondosas y plagada de arroyos que atraviesan cada poco la carretera, dificultando el paso del bus con derrumbamientos e inundaciones. Por si fuera poco solo cabe un coche en la mayoría de puntos del trazado, por lo que el intrépido chofer se dedica a tocar el claxon desmesuradamente para avisar por donde vamos. Parece las barracas de la feria. De tanto en cuanto, en una de esas interminables curvas aparece de frente un coche, entones solo queda pisar el freno a tope y esperar que no haya colisión, pues el barranco que queda a los pies es aterrador. Aunque no lo parezca fue la mar de divertido. Nos han dicho que los fines de semana, la gente baja en tropel a las playas de Choroní y el bus va lleno de jóvenes emborrachándose, más espectáculo si cabe para este trayecto.
Finalmente, llegamos al pueblo de Choroní, ejemplo de cómo el turismo modifica la vida de un pueblo de pescadores. Tiendas de bikinis, postales de recuerdo, posadas y hoteles de reencuentro, hasta un restaurante vegetariano para los hippies europeos de una vez al año. Nuestra parada es mínima, agarramos una barca que nos lleva hasta Chuao, un pueblecito caribeño al que solo se puede llegar por mar. Menudos botes que pega la lancha, parece una montaña rusa acuática, el barquero, ya hecho al turismo, nos va explicando los relieves y accidentes del terreno, como si de un guía se tratase: las bodegas de Choroní, la bahía de Chuao, el faro que funciona con energía solar, la montaña con cara de indio…
Por fin llegamos a la playita, nos deja junto al negocio de Francis, un negro flacucho al que cuesta entender. Nos trata con amabilidad, nos deja colgar el chinchorro y nos prepara una cena deliciosa. La playa es preciosa, para que negarlo, las montañas verdes rodean la pequeña bahía, dejando caer sus faldas directamente sobre el agua. A Juanito le recuerda Galicia, a mí Zarautz, sin surferos pijos y sin paseo con restaurantes de Arguiñano. El agua está templada y limpia, los pelícanos se lanzan en picado para capturar peces o descansan flotando cerca de la orilla. El sol nos tuesta, la arena nos mima, el sonido de las olas nos arrulla.
El pueblecito de Chuao está en obras, las aceras levantadas, las casas recién pintadas de colores y cemento y arena cada 20 metros. Se trata de ua inversión del gobierno dentro del programa de desarrollo endógeno. En Chuao está el mejor cacao del mundo, dicen, nosotrxs lo hemos probado de unas señoras que lo estaban procesando a mano a la puerta de casa, auténtico. El cacao, más la playa caribeña, hacen de este pueblecito aislado un lugar en el que invertir y promocionar. Sólo esperamos que el calificativo de endógeno se traduzca en respeto por el medio y sabor propios, y no acabe corrompido por los intereses del turismo.